Líbranos del mal
“Por mí se va la ciudad doliente, por mí se va a las
penas eternas, por mí se va entre la gente perdida. La Justicia movió a mi
supremo Autor. Me hicieron la divina potestad, la suma sabiduría y el amor
primero. Antes que yo no hubo cosa creada, sino lo eterno, y yo permaneceré
eternamente. Vosotros, los que entráis, dejad aquí toda esperanza” (DANTE,
Divina Comedia, Infierno, III).
Dios creó y elevó a los ángeles
En continuidad con el Magisterio de la Iglesia, el Papa Juan
Pablo II ha dedicado varias Audiencias desde 1986 a exponer una amplia
Catequesis sobre los ángeles y los demonios en cuanto criaturas de Dios que
participan activamente en la historia de la salvación, enseñando “cómo existen
espíritus puros, criaturas de Dios, inicialmente todos buenos, y después por
una opción de pecado se dividieron irremediablemente en ángeles de luz y en
ángeles de tinieblas. Y mientras la existencia de los ángeles malos nos pide a
nosotros el sentido de la vigilancia para no caer en sus halagos, estamos
ciertos de que la victoriosa potencia de Cristo Redentor circunda nuestra vida
para que también nosotros seamos vencedores. En esto estamos válidamente
ayudados por los ángeles buenos, mensajeros del amor de Dios, a los cuales,
amaestrados por la Tradición de la Iglesia, dirigimos nuestra oración: “Ángel
de Dios, que eres mi custodio, ilumíname, rígeme y gobiérname, ya que he sido
confiado a tu piedad celeste. Amén”[1].
Como se acaba de indicar, los ángeles fueron
constituidos en el estado de gracia santificante y, por tanto, destinados a
contemplar directamente a dios. Pero antes de alcanzar este fin sobrenatural
fueron sometidos a una prueba; los que vencieron alcanzaron inmediatamente el
Cielo, y los que no quisieron obedecer lanzaron el primer grito de soberbia
contra Dios –non serviam, no serviré-, que está en la raíz de todo pecado. Como
consecuencia de esta rebelión, perdieron los dones sobrenaturales con los que
fueron enriquecidos y arrojados para siempre al infierno creado para su castigo.
“Notamos que la Sagrada Escritura y la Tradición llaman
propiamente ángeles a aquellos espíritus puros que en la prueba fundamental de
libertad han elegido a Dios, su gloria y su reino. Ellos están unidos a Dios
mediante el amor consumado que brota de la visión beatificante, cara a cara, de
la Santísima Trinidad. Lo dice Jesús mismo: “Sus ángeles ven de continuo en el
cielo la faz de mi Padre, que está en los Cielos” (Mt 18, 10)”[2].
Diablo es palabra de origen griego que significa
acusador o calumniador, y según algunos su etimología alude al que está
encerrado en la cárcel (infierno). Satanás es palabra de origen hebreo y
equivale a enemigo que insidia o persigue al hombre. Demonio, también de origen
griego, significa un ser superior a los hombres pero inferior a Dios.
Hubo una batalla en el Cielo
“Hubo una batalla en el cielo. Miguel y sus ángeles se
levantaron a luchar contra el dragón. El dragón presentó batalla y también sus
ángeles. Pero no prevaleció ni hubo lugar para ellos en el cielo. Fue arrojado
el gran dragón, la antigua serpiente, el que se llama Diablo y Satanás, el que
seduce al universo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron
arrojados con él” (Apc 12,7-9).
Cuanto más elevada se encuentre una criatura espiritual
tanto peor es su caída. Por este motivo el castigo con que Dios afligió a
Lucifer y a los ángeles apóstatas fue el mayor que podían recibir: expulsado
del Cielo y alejado eternamente de Dios, Satanás fue arrojado por Dios al
infierno, junto con sus secuaces.
Aunque algunos han perdido la fe en la existencia y
actividad de los demonios, hemos de tener bien presente esta realidad: que
existe un reino del mal, jerárquicamente estructurado, cuyo jefe es Satanás,
príncipe de los demonios, dotado de un poder que excede con mucho a las fuerzas
humanas naturales. Un ser personal desdichado y un reino de tinieblas que se
mueven activamente en lucha contra el Reino de Dios en la tierra. Un ser que es
fuente mal, enemigo irreconciliable del hombre en el que odia –con impotencia,
pues nada puede contra el Creador- la imagen de Dios.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que “La victoria
sobre el ‘príncipe del mundo’ (Ioh 14, 30) se adquirió de una vez por todas en
la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su Vida. Es
el juicio de este mundo, y el príncipe de este mundo ha sido ‘echado abajo’
(Ioh 12, 31; Apc 12, 11” (n. 2853).
Los ángeles ayudan al hombre
“Yo mandaré un ángel ante ti para que te defienda en
el camino y te haga llegar al lugar que te ha dispuesto. Acátale y escucha su
voz, no le resistas, porque no perdonará vuestras rebeliones y porque lleva mi
nombre. Pero si le escuchas y haces cuanto él te diga, yo seré enemigo de tus
enemigos y afligiré a los que te aflijan” (Ex 23, 20-22). A nuestro Ángel
Custodio o protector se le pueden aplicar los oficios que Dios enumera en esas
palabras dirigidas a Moisés: su mayor excelencia por naturaleza y por
gracia los hace capaces de influir en la vida personal de los hombres.
En los tiempos primeros de la Iglesia, los ángeles
eran protagonistas frecuentes en la vida de los cristianos. Un ángel libró de
la cárcel a Pedro, en una hora difícil para la Iglesia naciente. Los Hechos de
los Apóstoles nos narran aquella escena, de naturalidad con que los primeros
cristianos trataban a su Ángel Custodio: “habiendo, pues, llamado al postigo de
la puerta, una doncella llamada Rode salió a observar quién era. Y conociendo
la voz de Pedro, fue tanto su gozo, que, en lugar de abrir,, corrió adentro con
la nueva de que Pedro estaba a la puerta. Le dijéron: estás loca. Mas ella
afirmaba que era cierto lo que decía. Ellos dijeron entonces: sin duda será su
ángel” (Act 12,13-15).
Esta asignación personal de un Ángel Custodio es una
manifestación de la Providencia especial que Dios tiene con nosotros para
guardarnos y protegernos en nuestro camino hacia el Cielo.
De ahí el cariño y veneración que les tenemos:
“¡Cuánta reverencia deben infundirte estas palabras, cuánta devoción deben
inspirarte, cuánta confianza deben darte! Reverencia por la presencia, devoción
por su benevolencia, confianza por su custodia (...). Están presentes para tu
bien; no sólo están contigo, sino que están para tu defensa. Están presentes
para protegerte, están presentes para provecho tuyo”[3].
El trato con el Ángel Custodio en el orden sensible es
menos experimentable que el de un amigo de la tierra, pero su eficacia es mucho
mayor. Sus consejos vienen de Dios y penetran más hondo que la voz humana. Su
capacidad para oír y comprender es inmensamente superior a la del amigo o amiga
más fiel; no sólo porque su permanencia a nuestro lado es continua, sino porque
su permanencia a nuestro lado es continua, sino porque penetra de un modo mucho
más agudo en lo que expresamos.
Es cierto que lo más recóndito de nuestra intimidad es
inaccesible a los ángeles y a los demonios. Sólo Dios puede movernos desde
dentro; pero el Ángel Custodio, por su condición de espíritu puro en estado de
gracia, tiene gran capacidad para influir en ti, de un modo indirecto. Con su
intervención aclara en la mente la doctrina y te hace ver los medios que debes
poner para agradar a Dios. Basta que mentalmente le hables –y esto es necesario
porque no puede penetrar en el entendimiento como lo hace Dios-, para que te
entienda, e incluso para que él llegue a deducir de tu interior más que tú
mismo. Y como la Providencia de Dios con sus hijos llega hasta detalles más
pequeños, el Ángel de la Guarda vela por tu seguridad física y espiritual,
alejando las tentaciones del demonio y las ocasiones de peligro, tanto para el
alma como para el cuerpo.
[1] Juan Pablo II, Catequesis durante la Audiencia General, 20-VIII-1986, n. 5.
Remitimos a la doctrina enseñada por el Papa en seis Audiencias comprendidas
entre el 9-VII y el 20-VIII de 1986. Cfr “Folletos mc”, n. 431.
[2] Ibid.
[3] San Bernardo, Sermón 12, sobre el Salmo 90.
https://www.religionenlibertad.com/blog/119684024/EL-DIABLO-ANDA-SUELTO-II.html
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