He oído a varias personas manifestar la pena ante las dificultades que encuentra la Iglesia para desarrollar la evangelización; muchos lo sienten en carne propia: me duele mi Iglesia como miembro de la comunidad de dones en la que vivo, desde dentro.
Perspectivas
Estos católicos no expresan su dolor desde
fuera como quien mira por el telescopio, allá lejos en la frialdad del
firmamento impasible y en mundos ajenos a los humanos. Esa pena es señal de que
la fe nos implica como seguidores de Jesucristo con un compromiso activo y
práctico. Por otra parte, también cabe mirar a la Iglesia como a través de un microscopio
que agranda tanto los detalles hasta llegar a perder la visión del conjunto.
El foco sobre las lacras humanas de la
Iglesia viene de lejos, con el añadido de que ahora algunos medios pueden
aplicar su propio microscopio, insistir machaconamente durante meses y años,
mezclar ámbitos, levantar sospechas, con tácticas que extienden una
desconfianza y antipatía hacia la institución fundada por Jesucristo. Muchos
jóvenes no caen en la cuesta de estas manipulaciones.
Atención a las víctimas
Han pasado bastantes años desde que la
Santa Sede y las diócesis siguen poniendo la atención sobre las víctimas, así
como las investigaciones y la legislación; ha perdido perdón por los casos en
que ha faltado diligencia y sensibilidad poniendo medios más eficaces, como el Proyecto
Repara y otras formas reales de asistencia a las víctimas de abusos
mirándolos a la cara. Y el Papa Francisco acaba de renovar competencias y
unidad disciplinaria para agilizar los procesos. Hay quienes piensan que son
insuficientes aunque parece que no todos los ámbitos donde se dan abusos han
puesto los mismos medios.
Los pecados y miserias de sus
miembros son anti testimonio, como sabemos y deploramos por el conocimiento de
los abusos; una y otra vez el Papa, los obispos, y los fieles reconocemos que
un solo caso es demasiado, sean de eclesiásticos o de otras personas. Y avanzan
en investigarlos, castigarlos con penas canónicas y hacer esfuerzos de prevención.
La Iglesia de Jesucristo
En la tierra la Iglesia está presente
como familia de los hijos de Dios, constituida y ordenada en este mundo como
una sociedad. Por esta razón, se siente partícipe de las vicisitudes humanas en
solidaridad con la humanidad entera; avanza junto con toda la humanidad y
experimenta la misma suerte terrena que señalaba el Vaticano II al hablar de la
Iglesia en cuanto camino de salvación para todos. Eso significa que la Iglesia
experimenta en sus miembros las pruebas y el pecado, las dificultades de las
naciones, de las familias y de las personas en el fatigoso peregrinar de la humanidad
por los caminos de la historia.
Por ejemplo, el Papa Francisco continúa
sus empeños para evitar hoy una guerra en Ucrania, como han hecho en su tiempo
Benedicto, Juan Pablo II, o Pablo VI. Ciertamente la misión de la Iglesia no es
de orden político, económico o social, sino de orden religioso, y por estar
encarnada en la historia lleva a cabo una ingente acción benéfica en
favor de la sociedad. Esa acción se realiza de muchas formas a la vista de
todos de múltiples formas, si bien no siempre se comunican y valoran. ¿Hace
falta recordar los miles de misioneros activos, los hospitales, las casas de
acogida, los colegios especiales, las universidades, el acompañamiento o la
sanación?
Importa mucho que la Jerarquía
eclesiástica junto a los fieles corrientes no nos distraigamos por campañas
que, basadas en algunos hechos reales tremendos, marquen una agenda que paralice la nueva
evangelización y la esperanza que el mundo no puede dar.
Esa Iglesia expuesta y maltratada orienta
y anima la actividad humana e impulsa a los cristianos a comprometer sus
fuerzas en todos los campos para el bien de la sociedad. Los invita a seguir el
ejemplo de Cristo, carpintero de Nazaret, a guardar el precepto del amor al
prójimo, a realizar en su vida la exhortación de Jesús a hacer fructificar los
propios talentos. Los estimula, además, a contribuir al esfuerzo científico y
técnico de la sociedad humana; a comprometerse en las actividades temporales,
campo propio de los seglares, para el progreso de la cultura, la realización de
la justicia y el logro de la verdadera paz.
En
la basílica del Vaticano la imagen Pedro, el pescador de Galilea, situada cerca
del altar de la confesión -arropado por el baldaquino con la figura del
Espíritu Santo-, tiene los pies desgastados por miles de besos de fieles más o
menos coherentes y aun de no cristianos, probando que el desgaste por los
pecados y miserias de sus miembros, no pueden deshacer la santidad genuina que
es don de Dios.
Jesús Ortiz López
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