Desde el Centro
Ha dicho el Papa que el camino sinodal, ese caminar juntos,
no puede reducirse a convocar eventos y reuniones, ni a una reflexión teórica
buscando soluciones a los problemas. Y la clave, no lo olvidemos, es caminar
juntos con Jesucristo, dando espacio a la oración y a la adoración. Medios de
gracia indispensables para transformar las estructuras humanos: tareas de todos
porque la Iglesia, es decir, los sacerdotes y los laicos somos mucho más que
asistentes sociales, gracias al tesoro de la fe y la presencia de Jesucristo en
medio del Pueblo de Dios.
El esfuerzo del Pontífice a la cabeza de la Iglesia camina
hacia una mayor apertura a la sociedad poscristiana con audacia y sin
desalientos. Sin embargo, hay mucho peso muerto porque gran parte de los
católicos no ha descubierto aún su misión evangelizadora constante y ordinaria
en los trabajos, las familias, actividades de ocio, y las implicaciones
sociales de los trabajos. Parece que casi instintivamente se creen mandados por
obispos y sacerdotes pero sin llegar a asumir su misión laical, al cien por
cien.
El siglo XX ha significado el despertar de los laicos y la
llamada a la santidad con vocación del transformar el mundo, que es el principal
mensaje del Vaticano II , desarrollado en sus documentos y en particular la
Constitución Lumen Gentium, y Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo
actual. Sería una involución volver al papel directivo por parte de los
sacerdotes y religiosos, pues su vocación no es trabajar en la entraña de la
sociedad, sino despertar las ilimitadas capacidades de los laicos para transformar
el mundo actual empezando por las familias, la educación, la universidad, los
artistas, la empresas, los organismos internacionales, y la política.
La misión de los laicos
Ciertamente los consagrados, religiosos, y frailes están al
día y pueden ilustrar sobre las crisis de los católicos, los problemas
sociales, y apoyar iniciativas para vitalizar las estructuras, pero no pueden
estar en el quehacer diario de los trabajos que no tienen límites y están
altamente especializados; precisamente esa es la vocación propia de los laicos,
hombres y mujeres líderes que atraen con su prestigio a muchos cuando muestran con
naturalidad la fe vivida. Una capacidad inmensa de configurar estructuras de
virtud, leyes humanizadoras, relaciones laborales, y el servicio sincero que
facilita la convivencia en orden al bien común sin reduccionismos clericales ni
materialistas. De este modo los laicos bien formados muestran que la fe no se
reduce a la participación en la Misa dominical ni en dar catequesis infantiles,
o ayudar en la parroquia, por muy necesarias que sean estas actividades.
Jesús Ortiz López
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