La Navidad precedida por el Adviento es un periodo de alegría en el que brilla la vida familiar como principal motivo de esperanza, incluso para quienes tienen rota su vida. La fe cristiana ilumina la convivencia familiar como el mejor ámbito para el desarrollo de la fe, de la libertad, de la caridad, y de la felicidad en la tierra.
La Iglesia enseña continuamente que la familia es don de Dios para la humanidad, imposible de que desaparezca por muchas crisis sociales y personales que se sucedan. El Papa Francisco publicó hace años la Exhortación apostólica Sobre el amor en la familia (Amoris laetiticia), en continuidad con otra Exhortación de san Juan Pablo II , titulada Familiaris Consorcio. La Iglesia sigue iluminando la vida de los fieles y de tantas personas e instancias conscientes de que el futuro de la humanidad se fragua en la familia.
La familia es patrimonio de la humanidad y además la Iglesia hace un servicio a los hombres cuando muestra que la familia es el santuario de la vida y esperanza de la sociedad.
Esta Exhortación expone la realidad y desafíos actuales de las familias; Jesucristo recupera y lleva a su plenitud le proyecto divino; además las familias como Iglesia doméstica a ejemplo de la Iglesia esposa generosa de Jesucristo. Se destaca el capítulo cuarto, al amor en el matrimonio (nn.90 a 165) como crecimiento en la caridad conyugal, siguiendo el himno a la caridad de san Pablo, un amor apasionado que se vuelve fecundo. El amor que se vuelve fecundo y acoge una nueva vida, fijándose en las mujeres embarazadas. El capítulo octavo a se vez desarrolla la pastoral y discernimiento de las situaciones irregulares y de familias heridas. Se trata de iluminar crisis, angustias y dificultades. Muestra finalmente la espiritualidad matrimonial pues las gracias del sacramento del Matrimonio van fortaleciendo y acompañando a los cónyuges.
77. «No puedo dejar de decir que, si la familia es el santuario de la vida, el lugar donde la vida es engendrada y cuidada, constituye una contradicción lacerante que se convierta en el lugar donde la vida es negada y destrozada. Es tan grande el valor de una vida humana, y es tan inalienable el derecho a la vida del niño inocente que crece en el seno de su madre, que de ningún modo se puede plantear como un derecho sobre el propio cuerpo la posibilidad de tomar decisiones con respecto a esa vida, que es un fin en sí misma y que nunca puede ser un objeto de dominio de otro ser humano. La familia protege la vida en todas sus etapas y también en su ocaso.
Pero, ¿qué es el hombre? Muchas son las opiniones que el hombre se ha dado y se da sobre sí mismo. Diversas e incluso contradictorias. Exaltándose a sí mismo como regla absoluta o hundiéndose hasta la desesperación. La duda y la ansiedad se siguen en consecuencia. La Iglesia siente profundamente estas dificultades, y, aleccionada por la Revelación divina, puede darles la respuesta que perfile la verdadera situación del hombre, dé explicación a sus enfermedades y permita conocer simultáneamente y con acierto la dignidad y la vocación propias del hombre. (…)
La Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado "a imagen de Dios", con capacidad para conocer y amar a su Creador, y que por Dios ha sido constituido señor de la entera creación visible para gobernarla y usarla glorificando a Dios. (…) Pero Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo hombre y mujer (Gn 1, 27). Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas humanas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás. Dios, pues, nos dice también la Biblia, miró cuanto había hecho, y lo juzgó muy bueno (Gn 1, 31)
Cristo, el Hombre nuevo
22 «En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. (…)
En el acompañamiento para discernir encuentro a veces personas que no entienden por qué la Iglesia no admite a la Comunión a católicos divorciados y vueltos a casar. Late en su perplejidad un desconocimiento tanto de la Eucaristía como del sacramento del Matrimonio. Porque la Eucaristía es fuente de comunión sacramental con Jesucristo y con la Iglesia, y requiere mantener objetivamente la unidad en las verdades de fe y de moral, objeto de su magisterio.
También hay un desconocimiento del Matrimonio como sacramento de la comunión entre Cristo y su Iglesia, modelo de la unión matrimonial que es indisoluble, fiel y fecunda de suyo. Aunque el matrimonio civil supone una voluntad de permanencia mayor que la unión de hecho, no es verdadero matrimonio ante la Iglesia de Jesucristo. Por ello, en esos casos, la situación no refleja la vocación del matrimonio a la santidad y la plena integración en el Cuerpo de Cristo.
A veces se tergiversan las enseñanzas y la pastoral de la Iglesia cuando muestra a los fieles la naturaleza original de la familia cristiana, radicalmente distinta del matrimonio civil y de las uniones de hecho, en cualquier de sus combinaciones, por lo que no deberían ser equiparadas en la legislación ni en su distinta aportación al bienestar social. La Iglesia conoce la verdad de la familia desde un horizonte más amplio que facilita una objetividad más beneficiosa para el hombre y la mujer de hoy, así como para el futuro de la humanidad.
Esto no supone una crítica ni etiqueta negativa a quienes han optado por otras formas de vivir en pareja, pues lo que sostienen las enseñanzas de la Iglesia se basan en el proyecto de Dios sobre el amor, la sexualidad, la procreación y, en definitiva, el camino adecuado para ser felices cumpliendo una misión en servicio de la sociedad.
Más allá del relativismo ético hay que esforzarse por entender que los valores morales y religiosos fundamentan la convivencia pacífica. Porque las cuestiones relacionadas con la familia, con la vida y con la muerte no pueden dejarse únicamente en manos de comisiones: las exigencias éticas están por encima de la ciencia, de la economía y de la política. La verdad del hombre no se alcanza por consenso.
Jesús Ortiz López
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