martes, 3 de junio de 2025

Jesucristo ayer y hoy

Este año 2025 se celebran 1700 años del concilio de Nicea en el que el magisterio de la Iglesia dio un paso importante al precisar la doctrina sobre Jesucristo. El mundo cristiano del siglo IV estaba alterado por diversas interpretaciones equívocas sobre quién es Jesucristo, ¿el mayor entre los profetas, el mesías, el enviado de Dios?

Dios y hombre verdadero

Desde el principio de la evangelización se vive la fe en Jesucristo como verdadero Dios y hombre verdadero: así se celebra en la liturgia, así se le reza, así se va precisando la catequesis bautismal, y celebrando los sacramentos como prolongación de la Humanidad Santísima de Jesucristo, y así viven los fieles en unión con los sucesores de los apóstoles.  Así se expresa en el nombre habitual, Jesús, el hombre, y Cristo, el Ungido como Salvador.

Al principio algunos no tenían inconveniente en predicar a Jesucristo como una presencia terrenal de Dios, acostumbrados a los mitos culturales romanos y griegos: sus dioses venían y volvían de empíreo como Júpiter el dios superior, Mercurio el mensajero, Marte dios de la guerra, Venus diosa de la hermosura, Diana diosa de la caza y de la fecundidad, etcétera. En realidad no creían que Jesucristo fuera verdadero hombre pues sería algo deleznable para Dios.  

Problemas del arrianismo

Poco después surge el problema surge con el obispo Arrio que intenta penetrar en el misterio de Jesucristo y la parece exagerado afirmar que es Dios igual la Padre. Le parece no adecuado que Dios se abaje a ser hombre verdadero, y rechaza modos de orar o expresiones litúrgicas que divinicen a Jesús. Sí le consideraba como hombre perfecto pero no verdadero Dios, admitiendo que ha sido el gran Salvador en obediencia a Dios pero inferior a Él, el mayor y o el mejor de las criaturas pero no verdadero Dios, cien por cien. Todavía influye en el arrianismo la ancestral idea judía del Dios absolutamente Uno.

No se trataba sólo de predicaciones o disquisiciones teológicas porque estaba en juego la realidad de Jesucristo en su Persona divina que asume la naturaleza humana sin abandonar su naturaleza o realidad divina. Es verdad que no estaban bien precisados los términos teológicos pero se trataba de algo mucho más que de palabras, estaba en juego la fe en Jesucristo, el misterio de la Encarnación del Verbo, la unidad de esas dos naturalezas y la Persona misma de Jesucristo, y nada menos que la Redención.

Nicea ayer y hoy

El concilio de Nicea corrigió los errores de Arrio y sus muchos seguidores extendidos por Asia menor, Grecia, Italia, las Galias y hasta la región de Hispania. Porque si Jesucristo no es Dios y hombre verdadero no ha tenido lugar la Redención real o rescate de todos del pecado, de dominio de Satanás, y de la muerte eterna. La fe creída y vivida hasta entonces por los cristianos es que el Hijo unigénito del Padre, se ha encarnado, y ha salvado a todos los hombres, por ser verdadero hombre y verdadero Dios.

Hoy también siguen presentes errores e interpretaciones insuficientes alejadas de las enseñanzas de Nicea, de Constantinopla, del Credo del Pueblo de Dios, del Vaticano II y de la vida cristiana.

Porque algunos siguen precisando el misterio del Verbo encarnado, buscando nuevos conceptos más asequibles a los hombres de hoy, menos sorprendentes para la cultura actual, entrando en la psicología de Jesús, distinguiendo el Jesús histórico del Jesucristo de la fe, o subrayando el valor ejemplar de la vida de Jesús como Maestro de una doctrina moral más válida.

Por ejemplo, algunos encuentran en Jesús una espiritualidad elevada coincidente con las religiones orientales, un maestro de yoga, o un unificador de las religiones superando las diferencias ancestrales. Como si Jesucristo hubiera vivido un tiempo en la India o recibido formación de algún maestro yogui. Suposiciones completamente gratuitas pues no hay ningún dato para afirmar semejante cosa.

La Iglesia cree en Jesucristo

Vemos la importancia de escuchar al Magisterio de la Iglesia, a las enseñanzas de los Pontífices, al sentir de la Iglesia y a la liturgia católica como ley orante y creyente. Por ejemplo, la Eucaristía no es solo el recuerdo de la última Cena de Jesús sino esencialmente la renovación incruenta del Sacrificio de la Cruz, adelantado ya en el cenáculo como entrega sacrificial bajo las especies del pan y del vino consagrados por el Señor.

San Ireneo fue un gran filósofo cristiano del siglo II que supo aplicar algunas categorías al misterio del Dios encarnado, atento a los Evangelios y las epístolas, al magisterio de Pedro y los apóstoles y a la fe del pueblo de Dios. En cambio, el irenismo ajeno al santo cristiano significa el intento de conciliar diversas posturas en un equilibrio intelectual para alcanzar una paz o equilibrio aun a costa de perder la identidad propia de la fe.

Punto clave es entender la intervención real de Dios en la historia humana desarrollada la Historia de la Salvación desde el Génesis hasta el Apocalipsis. No es una suposición y ni siquiera una explicación o una doctrina interesante, sino la expresión de fe en el actuar de Dios movido por su amor a los hombres. La prueba suprema de su misericordia es meterse en la historia, fundar la Iglesia como camino universal de salvación, y quedarse definitivamente en la Sagrada Eucaristía. Las adaptaciones a la cultura del momento acaban por borrar la verdad del Señor de la historia.

 

Jesús Ortiz López

https://www.exaudi.org/es/jesucristo-ayer-y-hoy/

 

Nueva perspectiva de la Iglesia

 

La muerte del papa Francisco ha puesto la Iglesia en primer plano de la actualidad. En estas hora de Cónclave la Iglesia se prepara para la elección del sucesor, no solo los cardenales sino los obispos, sacerdotes, diáconos, religiosas y religiosos, y los fieles laicos, la parte más numerosa en la tierra: en total más de mil doscientos millones de católicos que comunican en una misma fe.

Así lo recordaba el papa Francisco «Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad»[1].

Este gran acontecimiento que vivido siguiendo el Cónclave que ha elegido al Papa N. contribuye a ver la Iglesia con más realismo y fe en su condición espiritual, como seguimiento de Jesucristo y camino de encuentro con Dios. Pasan a segundo o tercer plano otras cuestiones recurrentes sobre la orientación moral de los cristianos, las dificultades para evangelizar, o sobre errores, abusos y malos ejemplos de algunos eclesiásticos.

Después de pedir por la elección del Papa ahora damos gracias por N, convencidos desde la fe que es el que necesita la Iglesia y servirá como referente moral a todo el mundo. Importante es preguntarse sobre la identidad de la fe recibida, celebrada y vivida; la responsabilidad como fieles católicos; sobre el camino de santidad; sobre la práctica de los sacramentos, y sobre la unidad. Desde luego la Iglesia no es una multinacional de la paz y solidaridad, y menos un ejército moral en orden de batalla frente a los problemas del mundo actual.

De nuevo recordamos las recientes palabras del Papa Francisco en la celebración de la Resurrección de Jesucristo: «Si ha resucitado de entre los muertos, entonces Él está presente en todas partes, habita entre nosotros, se esconde y se revela también hoy en las hermanas y los hermanos que encontramos en el camino, en las situaciones más anónimas e imprevisibles de nuestra vida». Lo podemos comprobar ahora y al final del Cónclave de los cardenales: el elegido no sucede sólo al papa Francisco, a Benedicto XVI o a Juan Pablo II, sino principalmente a Pedro como Vicario de Jesucristo.

 

La Iglesia peregrina

El peregrinar de la Iglesia en la historia es completamente peculiar a los ojos humanos. Aunque ha conocido épocas de crisis, siempre ha salido purificada y fortalecida en su misión universal, con la ayuda de Dios.

Muchas veces el racionalismo con el prejuicio anti sobrenatural ha obligado a profundizar en la Escritura, en la historia de la salvación, y en la pastoral; después con el desarrollo industrial y cultural de las sociedades modernas la Iglesia ha defendido la dignidad de las personas, ha desarrollado una teología del trabajo, una doctrina social pionera, la defensa de la familia, y la libertad de educación, entre otros muchos logros.

Ya en el siglo veinte ha crecido la preparación de los laicos más conscientes de su misión de transformar el mundo y elevar las estructuras en una sociedad más humana; el Concilio Vaticano II ha supuesto un impulso sin igual para impulsar la búsqueda de la santidad en el mundo y la transformación de las estructuras haciéndolas más humanas. Las mujeres en la Iglesia y en el mundo adquieren nuevo protagonismo.

El interés de los cristianos por la historia de la Iglesia lleva a conocer los dones y atenciones divinas, y también permite saber cómo han correspondido los hombres y mujeres con su libertad a los designios de Dios para la salvación de todos. Porque con su infinita sabiduría, Dios nos ha querido libres -también con la evidente posibilidad de pecar- y que la historia esté efectivamente hecha por nosotros; y a la vez Dios no ha querido sustraer su Providencia de ella sino que la gobierna con suavidad y fortaleza.

(Una llamada del Papa Francisco a la esperanza: «El que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos. Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos, y recordar lo que el Señor dijo a san Pablo: «Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad» (2Co 12, 9). El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal. El mal espíritu de la derrota es hermano de la tentación de separar antes de tiempo el trigo de la cizaña, producto de una desconfianza ansiosa y egocéntrica».

Terminado el proceso de elección del Papa N  comprobamos que las estimaciones humanas se han equivocado muchas veces respecto a la Iglesia cuando proceden de una fe poco formada, y no digamos si tienen su origen en la falta de fe. Desde esas perspectivas deficientes resulta inexplicable la permanencia de la Iglesia durante veinte siglos, pues las infidelidades, incoherencias, y persecuciones serían suficientes para hacerla desaparecer de la tierra. Pero no ha ocurrido de ese modo pues la Iglesia aparece hoy como un milagro permanente de la fe.

Desde el primer momento el Santo Padre N cuenta con la oración, la unidad, y la comunión de los fieles con él para llevar a cabo su misión evangelizadora como Vicario de Jesucristo y referente moral para el mundo. Y adquieren nuevo significado las palabras de Jesucristo: : «Sabed que yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mateo 28,20).

 

Jesús Ortiz López

 



[1] Exh.Ap. Gaudete et exultate, 6 y 7.

León XIV: Tu es Petrus

TU ES PETRUS reza en grandes letras doradas en el tambor de la cúpula de la Basílica del Vaticano. Sostiene la estructura cupular y distribuye el peso sobre los sólidos pilares. Todo un símbolo del peso que recae sobre León XIV como sucesor de Pedro y sobre todo Vicario de Jesucristo.

La Iglesia es más que política y moral por ser camino real de salvación, Madre y Maestra y luz para el mundo. Bajo la cúpula más famosa del mundo se encuentra el baldaquino con la imagen del Espíritu Santo que arropa el Altar de la confesión, donde el Papa celebra la Misa y renueva la entrega sacrificial de Jesucristo. Más abajo, como es sabido, se hallan los restos de Pedro, el primer Vicario de Jesús: Tu eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi Iglesia.

Obispo cristiano como san Agustín

En sus primeras palabras León XIV se ha referido al querido san Agustín para manifestarse abrumado por el peso del Pontificado a la vez que sereno porque Dios le dará fortaleza y santidad para la misión encomendada. Sí, los cardenales le han elegido y Robert Prevost acepta confiado en la gracia específica de Dios que le constituye en León XIV, libertad suya añadida a la libertad de los cardenales electores, y libertad de Dios que asiste a la Iglesia de Jesucristo.

Después del saludo con la paz de Jesucristo resucitado el Papa añadió: «Soy hijo de San Agustín. Soy cristiano y obispo. Podemos caminar juntos hacia esa patria para la que nos ha preparado Dios. A la Iglesia de Roma, un saludo especial. Juntos tenemos que ser una Iglesia misionera, que construya puentes y diálogo y abierta a decidir, como esta plaza, todos aquellos que necesitan caridad, diálogo, cariño».

Precisamente san Agustín expresaba la confianza en Dios de quien ejerce como el Buen Pastor en nombre de Jesucristo: «Desde que se me impuso sobre mis hombros esta carga, de tanta responsabilidad, me preocupa la cuestión del honor que ella implica. Lo más temible en este cargo es el peligro de complacernos más en su aspecto honorífico que en la utilidad que reporta a vuestra salvación. Mas, si por un lado me aterroriza lo que soy para vosotros, por otro me consuela lo que soy con vosotros. Soy obispo para vosotros, soy cristiano con vosotros. La condición de obispo connota una obligación, la de cristiano un don; la primera comporta un peligro, la segunda una salvación». (Sermón 340). Y concluía algo válido para el Papa, pues cuanto mayor es el amor, tanto menor es la labor.

Avanzamos en el tiempo de Pascua estrenando sucesor de Pedro y sobre todo Vicario de Cristo, y reafirmamos el gozo de la Resurrección de Jesucristo. Se cumplen las palabras del Señor: el mundo reirá y vosotros lloraréis, pero el Paráclito vendrá a vosotros y os llenará de una alegría que nadie os podrá arrebatar. Este es el recorrido de la Iglesia en estas semanas y siempre: dolor por la muerte del papa Francisco y gozo por la elección de León XIV.

En su encuentro con los Cardenales se ha referido al Vaticano II con  algunas líneas para la Iglesia, entre ellas lo siguiente: «Y a este propósito, quisiera que renováramos juntos, hoy, nuestra plena adhesión a ese camino, a la vía que desde hace ya decenios la Iglesia universal está recorriendo tras las huellas del Concilio Vaticano II. El Papa Francisco ha recordado y actualizado magistralmente su contenido en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, de la que me gustaría destacar algunas notas fundamentales: el regreso al primado de Cristo en el anuncio (cf. n. 11); la conversión misionera de toda la comunidad cristiana (cf. n. 9); el crecimiento en la colegialidad y en sinodalidad (cf. n. 33); la atención al sensus fidei (cf. nn. 119-120), especialmente en sus formas más propias e inclusivas, como la piedad popular (cf. 123); el cuidado amoroso de los débiles y descartados (cf.n. 53); el diálogo valiente y confiado con el mundo contemporáneo en sus diferentes componentes y realidades (cf. n. 84, Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 1-2).


Una plaza que abraza

Durante estos días la plaza de San Pedro ha congregado miles de personas para despedir a papa Francisco y recibir con gozo a León XIV, y algo semejante ocurre todas las semanas. Desde el principio el diseño de Bernini a modo de brazos que cierran esta gran plaza simboliza la maternidad de la Iglesia que acoge a sus hijos y a todos los que acercan, nadie queda indiferente. Las piedras también hablan de Dios y de la fe católica con una esperanza grande.

Muchas tareas aguardan al Romano Pontífice aunque sabe que no está sólo, el Pueblo de Dios permanece en unidad con el Pastor de las almas cooperando en la evangelización del mundo que estos días ha vivido un baño de catolicidad y de gracia hacia dentro y hacia fuera.

La visión sobrenatural de la fe orienta la actividad de los cristianos capaces de redimir cada cambio de época o en época de cambio, como señalaba un santo de nuestro tiempo: «Cada generación de cristianos ha de redimir, ha de santificar su propio tiempo: para eso, necesita comprender y compartir las ansias de los otros hombres, sus iguales, a fin de darles a conocer, con don de lenguas cómo deben corresponder a la acción del Espíritu Santo, a la efusión permanente de las riquezas del Corazón divino. A nosotros, los cristianos, nos corresponde anunciar en estos días, a ese mundo del que somos y en el que vivimos, el mensaje antiguo y nuevo del Evangelio.

(…) No es verdad que toda la gente de hoy –así, en general y en bloque– esté cerrada, o permanezca indiferente, a lo que la fe cristiana enseña sobre el destino y el ser del hombre; no es cierto que los hombres de estos tiempos se ocupen sólo de las cosas de la tierra, y se desinteresen de mirar al cielo. Aunque no faltan ideologías –y personas que las sustentan– que están cerradas, hay en nuestra época anhelos grandes y actitudes rastreras, heroísmos y cobardías, ilusiones y desengaños; criaturas que sueñan con un mundo nuevo más justo y más humano, y otras que, quizá decepcionadas ante el fracaso de sus primitivos ideales, se refugian en el egoísmo de buscar sólo la propia tranquilidad, o en permanecer inmersas en el error. (San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 132)

El papa León XIV se dirige al mundo convulso que necesita el bálsamo de la palabra sanadora, de puentes para unir, de paz entre los pueblos y en las conciencias, de esperanza en el futuro. También lo aventuraba san Agustín en aquel sermón para tiempos difíciles:  «¡Tiempos malos, tiempos difíciles!, dicen los hombres. Vivamos bien, y los tiempos serán buenos. Los tiempos somos nosotros: como somos nosotros, así son los tiempos. ¿Qué hacer, pues? Quizá no podemos convertir a todos los hombres; procuren vivir bien, por lo menos los pocos que me están oyendo, y ese reducido número de los buenos soporte la multitud de los malos. Estos buenos son como el grano: ahora se encuentran en la era, mezclados con la paja; mas en el hórreo no habrá esta mezcla. Toleren lo que no quieren, para llegar a donde quieren, ¿por qué afligirnos y censurar lo que Dios ha permitido? (...) No censuremos al Padre de familia, que es tan bueno. El nos lleva sobre sí, no le llevamos a Él. Él sabe cómo gobernar su obra. Por lo que a ti se refiere haz lo que te manda y aguarda  el cumplimiento de sus promesas».   

 

Jesús Ortiz López

 

https://www.elconfidencialdigital.com/religion/opinion/jesus-ortiz-lopez/leon-xiv-es-petrus/20250514065624052543.html

 

La gran paradoja cristiana (y II)

El cristianismo no necesita el adjetivo de «humano» porque tiene al hombre en su entraña: He aquí al hombre, Jesucristo, que une cielo y tierra. Afirmación del mundo de acá y del mundo de allá.

Aquello de la religión cristiana como opio del pueblo está muy desfasado. La fe no adormece a los hombres sino que los estimula para trabajar a fondo en el mundo codo con codo con todos, también con los agnósticos y ateos, para desarrollar una sociedad cada vez más humana.

Ciencia y fe

Esta temporada siguen de actualidad dos libros que tratan de las ciencias humanas que desembocan en la convicción razonada de que Dios existe. Me refiero al de los ingenieros franceses «Dios-LaCiencia-Las Pruebas»[1] , y al del español González-Hurtado[2] titulado «Nuevas evidencias científicas de la existencia de Dios». Son dos obras de interés para el público y también para los científicos e investigadores de las ciencias empíricas como la física, la astronomía, la matemática o la biotecnología.

El título de José Carlos González-Hurtado muestra que muchos científicos y premios Nobel están convencidos de que Dios existe porque sus reflexiones sobre los datos y leyes de la naturaleza concluyen que el azar no puede explicar la complejidad del universo, la articulación de las leyes de la naturaleza, y menos aún el origen de la vida, en particular el sentido de la vida del hombre y su finalidad trascendente.

Por ejemplo, qué significa la fe de muchos científicos fundada en convicciones y no sólo en suposiciones piadosas. También se pregunta qué es ser ateo y si acaso son malas personas pues evidentemente no es así. Otra pregunta es sobre el agnosticismo contemporáneo como cajón de sastre o generalidad que muchos presentan como un nuevo ateísmo respetuoso con la fe. Se pregunta además por qué no todos los científicos son teístas o convencidos de la existencia de Dios. Y aventura ciertas razones fáciles de entender porque los científicos son hombres y mujeres como los demás, sometidos a veces, a la presión social, a limitaciones psicológicas, a prejuicios, al miedo e incluso a la soberbia. Y termina en el epílogo titulado ¿Y ahora qué?

Cada lector puede pensar sobre tantos datos científicos expuestos y testimonios razonables a fin de consolidad sus convicción, reforzar las razones de la fe, y poder ofrecer a otros la gran noticia de que Dios existe, que ha creado el mundo bueno como obra maravillosa mediante el cual los hombres pueden descubrir a su Autor y, si además tienen el don de la fe como es el caso de los cristianos, sabemos que es Providente, es Amor, se ha encarnado, es el Salvador de todos y hasta ha dado la vida para darnos la Vida eterna, que no es una entelequia sino la gran llamada para todos los hombres, la gran noticia que es el Evangelio de Jesucristo

Bienvenidas sean las aportaciones personales a la eterna pregunta de por qué el ser y no la nada, del azar o la necesidad, de la felicidad plena o el fracaso personal, de la vida como bien o de la extinción sin sentido. Y sigue la paradoja del grano de trigo que muere para dar nueva vida, continuidad y discontinuidad, que encuentra la luz en el árbol vertical y el travesaño horizontal de la Cruz de Jesucristo: Dios encarnado, Dios y hombre verdadero, la suprema paradoja que invita al salto de la fe y la felicidad.

Fe desde la humildad

León XIV se hace eco de estos interrogantes al decir: «En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo!

¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno. Y esta es la vía que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz».

Algunos pueden quedar desconcertados ante la seguridad de la fe proclamada por la Iglesia desde el símbolo de los Apóstoles: Creo en Dios Padre Creador, creo en Dios Hijo Redentor, creo en el Espíritu Santo santificador, creo en la Iglesia, creo en el perdón de los pecados, creo en la vida eterna. Puede parecer una seguridad poco científica y hasta una postura de orgullo ante quienes dudan de tantas certezas. Sin embargo la afirmación de la fe, es luz y penumbra, seguridad y riesgo, esperanza y dolor. Nada en el ser humano es diamantino, químicamente puro, pensamiento absoluto.

Lo ha expresado el papa León XIV al sincerarse en esa homilía:  «Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia.»

Y añadía más confesión de humildad como creyente en Jesucristo y responsable de la paz en el mundo: «Este es el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo».

Los creyentes somos agradecidos por el don de la fe y de la gracia de Dios, procuramos comprender a todos, también a los que no nos comprenden, y practicar la caridad que es más humana aún que la tolerancia. Al querer al prójimo, como hijo de Dios y hermano de Jesucristo somos conscientes de las dificultades que algunos encuentran, y pedimos a Dios Padre que derrame su esperanza sobre el mundo tantas veces atormentado. Con la seguridad de que todos son salvados por la misericordia de Dios y atraídos por la cruz de Jesucristo, hombre perfecto hombre y verdadero Dios. Aunque hay que trabajarlo desde la humildad y la oración confiada.

«Amar al mundo apasionadamente» es la expresión de un santo de nuestro tiempo que ha difundido la vocación a la santidad en las tareas de la vida ordinaria, no vulgar, sino elevada el amor a Dios y al prójimo inseparables: « ¡Que no, hijos míos! Que no puede haber una doble vida, que no podemos ser como esquizofrénicos, si queremos ser cristianos: que hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser –en el alma y en el cuerpo– santa y llena de Dios: a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales. No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Por eso puedo deciros que necesita nuestra época devolver –a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares– su noble y original sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo».

No hay por tanto paradoja o disyuntiva cristiana sino afirmación de Dios y del hombre con su libertad y sus tareas en el mundo: «El auténtico sentido cristiano –que profesa la resurrección de toda carne– se enfrentó siempre, como es lógico, con la desencarnación, sin temor a ser juzgado de materialismo. Es lícito, por tanto, hablar de un materialismo cristiano, que se opone audazmente a los materialismos cerrados al espíritu»[3].

 

 

Jesús Ortiz López

 

https://www.exaudi.org/es/la-gran-paradoja-cristiana-ii/

 

 



[1] Dios-LaCiencia-Las Pruebas. Olivier Bonnassies-Michel-Yves Bolloré. Ed Funambulista.

[2] José Carlos González-Hurtado. Nuevas evidencias científicas de la existencia de Dios. Voz de Papel, Madrid, 2023

[3] Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer. Ed Rialp. Nn. 114-115.

La gran paradoja cristiana (I)

«Los saludo a todos con el corazón lleno de gratitud, al inicio del ministerio que me ha sido confiado. Escribía san Agustín: «Nos has hecho para ti, [Señor,] y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones, 1,1.1)». Con estas palabras comenzaba el papa León XIV su homilía programática al inaugurar su Ministerio Petrino.

Sed de Dios

El papa ha señalado la perenne novedad del Evangelio y la centralidad de Jesucristo, el valor de la fe para iluminar la vida de las personas y de la sociedad. Entre las inquietudes de nuestro tiempo vemos la sed de Dios en muchas búsquedas personales envueltas en una atmósfera de espiritualidad que no acaba de llenar.

Un gran tema presente en muchos casos es qué pasa en el más allá de la barrera de la muerte: ¿hay vida real personal?, ¿conservaremos nuestra identidad personal cien por cien?, ¿viviremos un encuentro real con los seres queridos?, ¿es posible la resurrección personal?, ¿Dios es garantía de la felicidad?, ¿hay un cielo y un infierno?

Son interrogantes difíciles de evitar que se presentan en momentos fuertes de la vida personal y familiar, como la pérdida de los seres queridos o el fracaso de proyectos ilusionantes. Muchos pensadores y escritores expresan sus respuestas a la paradoja cristiana básica: ¿cómo vivir una esperanza segura en la tierra si todo se acaba con la muerte? O bien ¿tiene sentido la valoración cristiana de las realidades temporales si la otra vida anula nuestros trabajos y nuestros amores?

Búsquedas

Por ejemplo, el escritor Javier Cercas plantea en una obra reciente si su madre creyente encontrará a su padre en la otra vida. Esa pregunta es el nervio de este ensayo vital con el estímulo de habérselo preguntado al papa Francisco y acompañado a su viaje a Mongolia[i]. El lector puede comprobar las vueltas que el autor da a esta cuestión, que resume el agnosticismo de quienes no encuentran una respuesta adecuada, si bien es verdad que hay una buena voluntad de encontrarla y una base cristiana de fondo en su experiencia vital. A pesar de sus críticas y un paradigma no espiritual de la Iglesia, Cercas ha hecho un esfuerzo notable por acompañar y sintonizar con Francisco, y de profundizar en la presencia de Dios en el mundo.

Otro escritor plantea la cuestión acerca de Dios, el origen del universo y del hombre, el problema del mal, o el encuentro de la razón con la fe. Casi nada, y son paradojas que no resultan fáciles de resolver de un plumazo[ii]. Pedro García Cuartango parece un buscador infatigable de respuestas al enigma de Dios, como él mismo titula en su reciente obra acerca de la fe y la incertidumbre.

Verdaderamente nuclear es el capítulo que dedica a la fe y la gracia en que cuenta sus experiencias de chaval educado en la fe católica que practica con formalidad. Seguirán sus reflexiones juveniles, el desarrollo del sentido crítico y sus muchas lecturas, y plantea con sinceridad su perplejidad porque no llega a la fe ni experimenta la gracia de Dios. Una obra interesante que merece mucho respeto y diálogo sincero con el lector. Al igual que otros escritores y pensadores el escritor es capaz de diagnosticar la cuestión sobre Dios aunque sin encontrar una respuesta definitiva.

En realidad no se trata solo de afirmar la existencia de Dios sino de saber quién es Dios y cómo es su intimidad intrapersonal. No solo eso sino cómo es la relación del yo personal de cada uno con Dios que implica la cabeza, el corazón, los sentimientos, y en definitiva la entrega confiada al que lo ha dado todo por todos y cada uno. Quizá valga aquel pensamiento del pensador francés B. Pascal, al considerar que el conocimiento de Dios sin el de la miseria propia causa el orgullo. El conocimiento de la propia miseria sin el de Dios causa desesperación. El conocimiento de Jesucristo en cambio propicia el punto medio, porque hallamos en él a Dios y a nuestra miseria. (Pensamientos, n. 192).

Serenidad y paciencia

En el fondo, el pensamiento de cada uno depende mucho de la educación en la fe recibida pues con frecuencia ha sido desde el respeto y temor, y menos desde el amor de Dios que sí se interesa por cada hombre y mujer, y lo ha demostrado hasta el extremo mediante la Encarnación del Hijo unigénito y su muerte en la cruz. Así lo mostraba el buen Cura de Ars cuando alguno le preguntó qué pensaría si al final de su vida se encontrara con que Dios no existe; le respondió que en ese caso no se arrepentiría de haber entregado su vida a un ideal de amor y servicio al prójimo. Y naturalmente se callaba que sí estaba seguro de Dios no por sus méritos sino por la infinita bondad de Dios.

Como hombre de fe también pensaba que Dios no es arbitrario en dar sus dones sino que siembra con generosidad infinita -Jesucristo es la prueba palpable- en cada alma: nadie queda al margen de la acción del Espíritu divino que atrae con suavidad y fortaleza, respetando la libertad de cada hombre y mujer. Una libertad que explica el problema terrible del mal en el mundo pero también el amor entregado de los creyentes, y de otros, que trabajan por ser luz para el mundo.

Vale la pena subrayar que las cuestiones acerca de Dios y la otra vida, y la resurrección personal implican de tal modo a la persona que no resultan suficientes las reflexiones intelectuales: porque no somos solo cerebro pensante ni corporalidad, aquella res cogitas y res extensa de filósofo R.Descartes, gracias a Dios. Y conste que el pensador francés era un creyente sincero y verdadero, que se perdió en la elucubración intelectual cristalina. Y menos mal que su actitud de confianza en Dios y en el cristianismo le permitió avanzar en la luz de la fe.

La paradoja cristiana consiste en afirmar a la vez el valor de las realidades terrenas como necesarias para crecer en la esperanza del cielo. Todo a la luz de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado igual al Padre y hombre verdadero que ha muerto y resucitado para la salvación de todos. 

Jesús Ortiz López

 

(Continuará)


https://www.exaudi.org/es/la-gran-paradoja-cristiana-i/




[i] Javier Cercas. El loco de Dios. Viaje al fin del mundo.

[ii] Pedro Gacía Cuartango. El enigma de Dios. Ed. Somos B. 2025, 249 págs.