«Los saludo a todos con el corazón lleno de gratitud, al inicio del ministerio que me ha sido confiado. Escribía san Agustín: «Nos has hecho para ti, [Señor,] y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones, 1,1.1)». Con estas palabras comenzaba el papa León XIV su homilía programática al inaugurar su Ministerio Petrino.
Sed de Dios
El papa ha señalado la perenne novedad
del Evangelio y la centralidad de Jesucristo, el valor de la fe para iluminar
la vida de las personas y de la sociedad. Entre las inquietudes de nuestro
tiempo vemos la sed de Dios en muchas búsquedas personales envueltas en una
atmósfera de espiritualidad que no acaba de llenar.
Un gran tema presente en muchos casos es
qué pasa en el más allá de la barrera de la muerte: ¿hay vida real personal?,
¿conservaremos nuestra identidad personal cien por cien?, ¿viviremos un
encuentro real con los seres queridos?, ¿es posible la resurrección personal?,
¿Dios es garantía de la felicidad?, ¿hay un cielo y un infierno?
Son interrogantes difíciles de evitar que
se presentan en momentos fuertes de la vida personal y familiar, como la
pérdida de los seres queridos o el fracaso de proyectos ilusionantes. Muchos
pensadores y escritores expresan sus respuestas a la paradoja cristiana básica:
¿cómo vivir una esperanza segura en la tierra si todo se acaba con la muerte? O
bien ¿tiene sentido la valoración cristiana de las realidades temporales si la
otra vida anula nuestros trabajos y nuestros amores?
Búsquedas
Por ejemplo, el escritor Javier Cercas
plantea en una obra reciente si su madre creyente encontrará a su padre en la
otra vida. Esa pregunta es el nervio de este ensayo vital con el estímulo de
habérselo preguntado al papa Francisco y acompañado a su viaje a Mongolia[i]. El lector
puede comprobar las vueltas que el autor da a esta cuestión, que resume el
agnosticismo de quienes no encuentran una respuesta adecuada, si bien es verdad
que hay una buena voluntad de encontrarla y una base cristiana de fondo en su
experiencia vital. A pesar de sus críticas y un paradigma no espiritual de la
Iglesia, Cercas ha hecho un esfuerzo notable por acompañar y sintonizar con
Francisco, y de profundizar en la presencia de Dios en el mundo.
Otro escritor plantea la cuestión acerca
de Dios, el origen del universo y del hombre, el problema del mal, o el
encuentro de la razón con la fe. Casi nada, y son paradojas que no resultan
fáciles de resolver de un plumazo[ii]. Pedro
García Cuartango parece un buscador infatigable de respuestas al enigma de
Dios, como él mismo titula en su reciente obra acerca de la fe y la
incertidumbre.
Verdaderamente nuclear es el capítulo que
dedica a la fe y la gracia en que cuenta sus experiencias de chaval educado en
la fe católica que practica con formalidad. Seguirán sus reflexiones juveniles,
el desarrollo del sentido crítico y sus muchas lecturas, y plantea con
sinceridad su perplejidad porque no llega a la fe ni experimenta la gracia de
Dios. Una obra interesante que merece mucho respeto y diálogo sincero con el
lector. Al igual que otros escritores y pensadores el escritor es capaz de
diagnosticar la cuestión sobre Dios aunque sin encontrar una respuesta
definitiva.
En realidad no se trata solo de afirmar
la existencia de Dios sino de saber quién es Dios y cómo es su intimidad
intrapersonal. No solo eso sino cómo es la relación del yo personal de cada uno
con Dios que implica la cabeza, el corazón, los sentimientos, y en definitiva
la entrega confiada al que lo ha dado todo por todos y cada uno. Quizá valga
aquel pensamiento del pensador francés B. Pascal, al considerar que el
conocimiento de Dios sin el de la miseria propia causa el orgullo. El
conocimiento de la propia miseria sin el de Dios causa desesperación. El
conocimiento de Jesucristo en cambio propicia el punto medio, porque hallamos
en él a Dios y a nuestra miseria. (Pensamientos, n. 192).
Serenidad y paciencia
En el fondo, el pensamiento de cada uno
depende mucho de la educación en la fe recibida pues con frecuencia ha sido
desde el respeto y temor, y menos desde el amor de Dios que sí se interesa por
cada hombre y mujer, y lo ha demostrado hasta el extremo mediante la
Encarnación del Hijo unigénito y su muerte en la cruz. Así lo mostraba el buen
Cura de Ars cuando alguno le preguntó qué pensaría si al final de su vida se
encontrara con que Dios no existe; le respondió que en ese caso no se
arrepentiría de haber entregado su vida a un ideal de amor y servicio al
prójimo. Y naturalmente se callaba que sí estaba seguro de Dios no por sus
méritos sino por la infinita bondad de Dios.
Como hombre de fe también pensaba que
Dios no es arbitrario en dar sus dones sino que siembra con generosidad
infinita -Jesucristo es la prueba palpable- en cada alma: nadie queda al margen
de la acción del Espíritu divino que atrae con suavidad y fortaleza, respetando
la libertad de cada hombre y mujer. Una libertad que explica el problema
terrible del mal en el mundo pero también el amor entregado de los creyentes, y
de otros, que trabajan por ser luz para el mundo.
Vale la pena subrayar que las cuestiones
acerca de Dios y la otra vida, y la resurrección personal implican de tal modo
a la persona que no resultan suficientes las reflexiones intelectuales: porque
no somos solo cerebro pensante ni corporalidad, aquella res cogitas y res
extensa de filósofo R.Descartes, gracias a Dios. Y conste que el pensador
francés era un creyente sincero y verdadero, que se perdió en la elucubración
intelectual cristalina. Y menos mal que su actitud de confianza en Dios y en el
cristianismo le permitió avanzar en la luz de la fe.
La paradoja cristiana
consiste en afirmar a la vez el valor de las realidades terrenas como
necesarias para crecer en la esperanza del cielo. Todo a la luz de Jesucristo,
el Hijo de Dios encarnado igual al Padre y hombre verdadero que ha muerto y
resucitado para la salvación de todos.
Jesús Ortiz López
(Continuará)
https://www.exaudi.org/es/la-gran-paradoja-cristiana-i/
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