El cristianismo no necesita el adjetivo de «humano» porque tiene al hombre en su entraña: He aquí al hombre, Jesucristo, que une cielo y tierra. Afirmación del mundo de acá y del mundo de allá.
Aquello de la religión cristiana como
opio del pueblo está muy desfasado. La fe no adormece a los hombres sino que
los estimula para trabajar a fondo en el mundo codo con codo con todos, también
con los agnósticos y ateos, para desarrollar una sociedad cada vez más humana.
Ciencia y fe
Esta temporada siguen de actualidad dos
libros que tratan de las ciencias humanas que desembocan en la convicción
razonada de que Dios existe. Me refiero al de los ingenieros franceses «Dios-LaCiencia-Las
Pruebas»[1] , y al del
español González-Hurtado[2] titulado «Nuevas
evidencias científicas de la existencia de Dios». Son dos obras de interés
para el público y también para los científicos e investigadores de las ciencias
empíricas como la física, la astronomía, la matemática o la biotecnología.
El título de José
Carlos González-Hurtado muestra que muchos científicos y premios Nobel
están convencidos de que Dios existe porque sus reflexiones sobre los datos y
leyes de la naturaleza concluyen que el azar no puede explicar la complejidad
del universo, la articulación de las leyes de la naturaleza, y menos aún el
origen de la vida, en particular el sentido de la vida del hombre y su
finalidad trascendente.
Por ejemplo, qué significa la fe de
muchos científicos fundada en convicciones y no sólo en suposiciones
piadosas. También se pregunta qué es ser ateo y si acaso son malas
personas pues evidentemente no es así. Otra pregunta es sobre el agnosticismo
contemporáneo como cajón de sastre o generalidad que muchos presentan como
un nuevo ateísmo respetuoso con la fe. Se pregunta además por qué no todos
los científicos son teístas o convencidos de la existencia de Dios. Y aventura
ciertas razones fáciles de entender porque los científicos son hombres y
mujeres como los demás, sometidos a veces, a la presión social, a limitaciones
psicológicas, a prejuicios, al miedo e incluso a la soberbia. Y termina en el
epílogo titulado ¿Y ahora qué?
Cada lector puede pensar sobre tantos
datos científicos expuestos y testimonios razonables a fin de consolidad sus
convicción, reforzar las razones de la fe, y poder ofrecer a otros la gran
noticia de que Dios existe, que ha creado el mundo bueno como obra maravillosa
mediante el cual los hombres pueden descubrir a su Autor y, si además tienen el
don de la fe como es el caso de los cristianos, sabemos que es Providente, es
Amor, se ha encarnado, es el Salvador de todos y hasta ha dado la vida para
darnos la Vida eterna, que no es una entelequia sino la gran llamada para todos
los hombres, la gran noticia que es el Evangelio de Jesucristo
Bienvenidas sean las aportaciones
personales a la eterna pregunta de por qué el ser y no la nada, del azar o la
necesidad, de la felicidad plena o el fracaso personal, de la vida como bien o
de la extinción sin sentido. Y sigue la paradoja del grano de trigo que muere
para dar nueva vida, continuidad y discontinuidad, que encuentra la luz en el
árbol vertical y el travesaño horizontal de la Cruz de Jesucristo: Dios
encarnado, Dios y hombre verdadero, la suprema paradoja que invita al salto de
la fe y la felicidad.
Fe desde la humildad
León XIV se hace eco de estos
interrogantes al decir: «En
nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por
el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un
paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más
pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de
unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con
humildad y alegría: ¡miren a Cristo!
¡Acérquense a Él!
¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para
formar su única familia: en el único Cristo somos uno. Y esta es la vía
que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las
Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos,
con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las
mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde
reine la paz».
Algunos pueden quedar desconcertados ante
la seguridad de la fe proclamada por la Iglesia desde el símbolo de los
Apóstoles: Creo en Dios Padre Creador, creo en Dios Hijo Redentor, creo en el
Espíritu Santo santificador, creo en la Iglesia, creo en el perdón de los
pecados, creo en la vida eterna. Puede parecer una seguridad poco científica y
hasta una postura de orgullo ante quienes dudan de tantas certezas. Sin embargo
la afirmación de la fe, es luz y penumbra, seguridad y riesgo, esperanza y
dolor. Nada en el ser humano es diamantino, químicamente puro, pensamiento
absoluto.
Lo ha expresado el papa León XIV al
sincerarse en esa homilía: «Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y
trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse
siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor
de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia.»
Y añadía más confesión de
humildad como creyente en Jesucristo y responsable de la paz en el mundo: «Este es el
espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo
ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a
todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que
valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada
pueblo».
Los creyentes somos
agradecidos por el don de la fe y de la gracia de Dios, procuramos comprender a
todos, también a los que no nos comprenden, y practicar la caridad que es más
humana aún que la tolerancia. Al querer al prójimo, como hijo de Dios y hermano
de Jesucristo somos conscientes de las dificultades que algunos encuentran, y
pedimos a Dios Padre que derrame su esperanza sobre el mundo tantas veces
atormentado. Con la seguridad de que todos son salvados por la misericordia de
Dios y atraídos por la cruz de Jesucristo, hombre perfecto hombre y verdadero
Dios. Aunque hay que trabajarlo desde la humildad y la oración confiada.
«Amar
al mundo apasionadamente» es la expresión de un santo de nuestro tiempo que ha
difundido la vocación a la santidad en las tareas de la vida ordinaria, no
vulgar, sino elevada el amor a Dios y al prójimo inseparables: «
¡Que no, hijos míos! Que no puede haber una doble vida, que no podemos ser
como esquizofrénicos, si queremos ser cristianos: que hay una única vida, hecha
de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser –en el alma y en el cuerpo–
santa y llena de Dios: a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más
visibles y materiales. No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en
nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Por eso puedo
deciros que necesita nuestra época devolver –a la materia y a las situaciones
que parecen más vulgares– su noble y original sentido, ponerlas al servicio del
Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro
encuentro continuo con Jesucristo».
No hay por tanto paradoja o disyuntiva cristiana
sino afirmación de Dios y del hombre con su libertad y sus tareas en el mundo: «El
auténtico sentido cristiano –que profesa la resurrección de toda carne– se
enfrentó siempre, como es lógico, con la desencarnación, sin temor a ser
juzgado de materialismo. Es lícito, por tanto, hablar de un materialismo
cristiano, que se opone audazmente a los materialismos cerrados al espíritu»[3].
Jesús Ortiz López
https://www.exaudi.org/es/la-gran-paradoja-cristiana-ii/
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