martes, 3 de junio de 2025

La gran paradoja cristiana (y II)

El cristianismo no necesita el adjetivo de «humano» porque tiene al hombre en su entraña: He aquí al hombre, Jesucristo, que une cielo y tierra. Afirmación del mundo de acá y del mundo de allá.

Aquello de la religión cristiana como opio del pueblo está muy desfasado. La fe no adormece a los hombres sino que los estimula para trabajar a fondo en el mundo codo con codo con todos, también con los agnósticos y ateos, para desarrollar una sociedad cada vez más humana.

Ciencia y fe

Esta temporada siguen de actualidad dos libros que tratan de las ciencias humanas que desembocan en la convicción razonada de que Dios existe. Me refiero al de los ingenieros franceses «Dios-LaCiencia-Las Pruebas»[1] , y al del español González-Hurtado[2] titulado «Nuevas evidencias científicas de la existencia de Dios». Son dos obras de interés para el público y también para los científicos e investigadores de las ciencias empíricas como la física, la astronomía, la matemática o la biotecnología.

El título de José Carlos González-Hurtado muestra que muchos científicos y premios Nobel están convencidos de que Dios existe porque sus reflexiones sobre los datos y leyes de la naturaleza concluyen que el azar no puede explicar la complejidad del universo, la articulación de las leyes de la naturaleza, y menos aún el origen de la vida, en particular el sentido de la vida del hombre y su finalidad trascendente.

Por ejemplo, qué significa la fe de muchos científicos fundada en convicciones y no sólo en suposiciones piadosas. También se pregunta qué es ser ateo y si acaso son malas personas pues evidentemente no es así. Otra pregunta es sobre el agnosticismo contemporáneo como cajón de sastre o generalidad que muchos presentan como un nuevo ateísmo respetuoso con la fe. Se pregunta además por qué no todos los científicos son teístas o convencidos de la existencia de Dios. Y aventura ciertas razones fáciles de entender porque los científicos son hombres y mujeres como los demás, sometidos a veces, a la presión social, a limitaciones psicológicas, a prejuicios, al miedo e incluso a la soberbia. Y termina en el epílogo titulado ¿Y ahora qué?

Cada lector puede pensar sobre tantos datos científicos expuestos y testimonios razonables a fin de consolidad sus convicción, reforzar las razones de la fe, y poder ofrecer a otros la gran noticia de que Dios existe, que ha creado el mundo bueno como obra maravillosa mediante el cual los hombres pueden descubrir a su Autor y, si además tienen el don de la fe como es el caso de los cristianos, sabemos que es Providente, es Amor, se ha encarnado, es el Salvador de todos y hasta ha dado la vida para darnos la Vida eterna, que no es una entelequia sino la gran llamada para todos los hombres, la gran noticia que es el Evangelio de Jesucristo

Bienvenidas sean las aportaciones personales a la eterna pregunta de por qué el ser y no la nada, del azar o la necesidad, de la felicidad plena o el fracaso personal, de la vida como bien o de la extinción sin sentido. Y sigue la paradoja del grano de trigo que muere para dar nueva vida, continuidad y discontinuidad, que encuentra la luz en el árbol vertical y el travesaño horizontal de la Cruz de Jesucristo: Dios encarnado, Dios y hombre verdadero, la suprema paradoja que invita al salto de la fe y la felicidad.

Fe desde la humildad

León XIV se hace eco de estos interrogantes al decir: «En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo!

¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno. Y esta es la vía que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz».

Algunos pueden quedar desconcertados ante la seguridad de la fe proclamada por la Iglesia desde el símbolo de los Apóstoles: Creo en Dios Padre Creador, creo en Dios Hijo Redentor, creo en el Espíritu Santo santificador, creo en la Iglesia, creo en el perdón de los pecados, creo en la vida eterna. Puede parecer una seguridad poco científica y hasta una postura de orgullo ante quienes dudan de tantas certezas. Sin embargo la afirmación de la fe, es luz y penumbra, seguridad y riesgo, esperanza y dolor. Nada en el ser humano es diamantino, químicamente puro, pensamiento absoluto.

Lo ha expresado el papa León XIV al sincerarse en esa homilía:  «Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia.»

Y añadía más confesión de humildad como creyente en Jesucristo y responsable de la paz en el mundo: «Este es el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo».

Los creyentes somos agradecidos por el don de la fe y de la gracia de Dios, procuramos comprender a todos, también a los que no nos comprenden, y practicar la caridad que es más humana aún que la tolerancia. Al querer al prójimo, como hijo de Dios y hermano de Jesucristo somos conscientes de las dificultades que algunos encuentran, y pedimos a Dios Padre que derrame su esperanza sobre el mundo tantas veces atormentado. Con la seguridad de que todos son salvados por la misericordia de Dios y atraídos por la cruz de Jesucristo, hombre perfecto hombre y verdadero Dios. Aunque hay que trabajarlo desde la humildad y la oración confiada.

«Amar al mundo apasionadamente» es la expresión de un santo de nuestro tiempo que ha difundido la vocación a la santidad en las tareas de la vida ordinaria, no vulgar, sino elevada el amor a Dios y al prójimo inseparables: « ¡Que no, hijos míos! Que no puede haber una doble vida, que no podemos ser como esquizofrénicos, si queremos ser cristianos: que hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser –en el alma y en el cuerpo– santa y llena de Dios: a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales. No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Por eso puedo deciros que necesita nuestra época devolver –a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares– su noble y original sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo».

No hay por tanto paradoja o disyuntiva cristiana sino afirmación de Dios y del hombre con su libertad y sus tareas en el mundo: «El auténtico sentido cristiano –que profesa la resurrección de toda carne– se enfrentó siempre, como es lógico, con la desencarnación, sin temor a ser juzgado de materialismo. Es lícito, por tanto, hablar de un materialismo cristiano, que se opone audazmente a los materialismos cerrados al espíritu»[3].

 

 

Jesús Ortiz López

 

https://www.exaudi.org/es/la-gran-paradoja-cristiana-ii/

 

 



[1] Dios-LaCiencia-Las Pruebas. Olivier Bonnassies-Michel-Yves Bolloré. Ed Funambulista.

[2] José Carlos González-Hurtado. Nuevas evidencias científicas de la existencia de Dios. Voz de Papel, Madrid, 2023

[3] Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer. Ed Rialp. Nn. 114-115.

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