La muerte del papa Francisco ha puesto la Iglesia en primer plano de la actualidad. En estas hora de Cónclave la Iglesia se prepara para la elección del sucesor, no solo los cardenales sino los obispos, sacerdotes, diáconos, religiosas y religiosos, y los fieles laicos, la parte más numerosa en la tierra: en total más de mil doscientos millones de católicos que comunican en una misma fe.
Así lo recordaba el papa Francisco «Me gusta ver
la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto
amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a
su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En
esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia
militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de
aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios,
o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad»[1].
Este gran acontecimiento que vivido siguiendo
el Cónclave que ha elegido al Papa N. contribuye a ver la Iglesia con más
realismo y fe en su condición espiritual, como seguimiento de Jesucristo y
camino de encuentro con Dios. Pasan a segundo o tercer plano otras cuestiones recurrentes
sobre la orientación moral de los cristianos, las dificultades para evangelizar,
o sobre errores, abusos y malos ejemplos de algunos eclesiásticos.
Después de pedir por la elección del Papa
ahora damos gracias por N, convencidos desde la fe que es el que necesita la
Iglesia y servirá como referente moral a todo el mundo. Importante es
preguntarse sobre la identidad de la fe recibida, celebrada y vivida; la
responsabilidad como fieles católicos; sobre el camino de santidad; sobre la
práctica de los sacramentos, y sobre la unidad. Desde luego la Iglesia no es
una multinacional de la paz y solidaridad, y menos un ejército moral en orden
de batalla frente a los problemas del mundo actual.
De nuevo recordamos las recientes
palabras del Papa Francisco en la celebración de la Resurrección de Jesucristo:
«Si ha resucitado de entre los muertos, entonces Él está presente en todas
partes, habita entre nosotros, se esconde y se revela también hoy en las
hermanas y los hermanos que encontramos en el camino, en las situaciones más
anónimas e imprevisibles de nuestra vida». Lo podemos comprobar ahora y al
final del Cónclave de los cardenales: el elegido no sucede sólo al papa
Francisco, a Benedicto XVI o a Juan Pablo II, sino principalmente a Pedro como
Vicario de Jesucristo.
La Iglesia peregrina
El peregrinar de la Iglesia en la
historia es completamente peculiar a los ojos humanos. Aunque ha conocido
épocas de crisis, siempre ha salido purificada y fortalecida en su misión
universal, con la ayuda de Dios.
Muchas veces el racionalismo con el
prejuicio anti sobrenatural ha obligado a profundizar en la Escritura, en la
historia de la salvación, y en la pastoral; después con el desarrollo
industrial y cultural de las sociedades modernas la Iglesia ha defendido la
dignidad de las personas, ha desarrollado una teología del trabajo, una
doctrina social pionera, la defensa de la familia, y la libertad de educación,
entre otros muchos logros.
Ya en el siglo veinte ha crecido la
preparación de los laicos más conscientes de su misión de transformar el mundo
y elevar las estructuras en una sociedad más humana; el Concilio Vaticano II ha
supuesto un impulso sin igual para impulsar la búsqueda de la santidad en el
mundo y la transformación de las estructuras haciéndolas más humanas. Las
mujeres en la Iglesia y en el mundo adquieren nuevo protagonismo.
El interés de los cristianos por la
historia de la Iglesia lleva a conocer los dones y atenciones divinas, y
también permite saber cómo han correspondido los hombres y mujeres con su
libertad a los designios de Dios para la salvación de todos. Porque con su
infinita sabiduría, Dios nos ha querido libres -también con la evidente posibilidad
de pecar- y que la historia esté efectivamente hecha por nosotros; y a la vez Dios
no ha querido sustraer su Providencia de ella sino que la gobierna con suavidad
y fortaleza.
(Una
llamada del Papa Francisco a la esperanza: «El que comienza sin confiar perdió
de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos. Aun con la dolorosa
conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse
vencidos, y recordar lo que el Señor dijo a san Pablo: «Te basta mi gracia,
porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad» (2Co 12, 9). El triunfo
cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de
victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal. El
mal espíritu de la derrota es hermano de la tentación de separar antes de
tiempo el trigo de la cizaña, producto de una desconfianza ansiosa y
egocéntrica».
Terminado el proceso de elección del Papa
N comprobamos que las estimaciones
humanas se han equivocado muchas veces respecto a la Iglesia cuando proceden de
una fe poco formada, y no digamos si tienen su origen en la falta de fe. Desde
esas perspectivas deficientes resulta inexplicable la permanencia de la Iglesia
durante veinte siglos, pues las infidelidades, incoherencias, y persecuciones
serían suficientes para hacerla desaparecer de la tierra. Pero no ha ocurrido
de ese modo pues la Iglesia aparece hoy como un milagro permanente de la fe.
Desde el primer momento el Santo Padre N
cuenta con la oración, la unidad, y la comunión de los fieles con él para
llevar a cabo su misión evangelizadora como Vicario de Jesucristo y referente
moral para el mundo. Y adquieren nuevo significado las palabras de Jesucristo: :
«Sabed que yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»
(Mateo 28,20).
Jesús Ortiz López
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