Al comienzo de
este año 2013 los medios han destacado la noticia del asteroide que ha pasado
cerca de la tierra. Se trata del 2012DA14 y es una roca de cerca de cincuenta
metros que afortunadamente sólo ha
pasado a 27 mil kilómetros del planeta azul. De haber impactado -más vale ni
pensarlo- la explosión habría sido
equivalente a unas 120 bombas atómicas semejantes a la que destruyó Hiroshima.
Por sorpresa, ese mismo día otro asteroide más pequeño se destruyó al entrar en
contacto con la atmósfera afectando a varias poblaciones de Siberia y causando
casi mil heridos, sobre todo por la onda expansiva.
Todo
esto nos da una idea de lo limitados que somos, de que nada tenemos asegurado,
de que la ciencia no salva de los miedos ni de acaba con las creencias
profundas de los hombres.
Una explicación insuficiente
«Dios también ha creado
a Darwin», titulaba un artículo con motivo del 150 aniversario de la
publicación del libro que puso en marcha la cosmovisión evolucionista: “El origen de las especies mediante la
selección natural”. Han pasado ya
muchos años desde la difusión de su teoría sobre la evolución, desarrollada
posteriormente de mil formas distintas, y utilizada a veces como ariete contra la creación divina
del mundo.
Sin embargo, el mismo Darwin no
excluyó a Dios, ni presentó sus teorías como incompatibles con las razones
filosóficas y teológicas sobre la creación del mundo. Otra cosa es que unos
emplearan el desarrollo científico como arma contra la fe, y que otros quisieran
trasladar a las ciencias empíricas las afirmaciones de fe hechas en la Biblia.
Con frase feliz se dice que la Biblia enseña «cómo se va al cielo pero no cómo
va el cielo».
La realidad del mundo plantea diversos problemas a la inteligencia
humana, que se encuentra ayudada por la Revelación de las verdades acerca de la creación
divina. Aunque las ciencias pueden conocer el cómo y el cuándo
del cosmos, necesitan ser orientadas acerca del sentido y de la finalidad para
usar rectamente la creación, tal como ha intuido el ecologismo, uno de los
valores humanos emergentes en la conciencia contemporánea. Por ello pasamos ahora
a considerar el sentido cristiano de la creación como obra de Dios, que llama a
la existencia a las criaturas mediante su Providencia amorosa, y pone al hombre
en el centro como custodio de todos los bienes creados[1].
Del ecologismo a la causa
La creación inicial del cielo y de
la tierra por Dios es el principio del conocimiento humano de su Creador y de
sus designios salvadores. Esta acción creadora manifiesta su amor omnipotente y
su infinita sabiduría, a la vez que constituye la primera respuesta a los
interrogantes sobre nuestro principio y nuestro fin. Nos dice que el universo
no tiene origen en el azar porque es un mundo ordenado y bueno, sobre el que
sigue actuando la mano de Dios, en forma de leyes muy complejas de la
naturaleza, mientras espera la colaboración del hombre para completar esa
Creación.
Entre tantas composiciones musicales, el famoso oratorio “La Creación”
de F.J .Haydn, compuesto en 1796,
expresa la historia de la salvación iniciada en la creación del mundo. Se trata
de un comentario musical a varios pasajes de la Biblia, cantando la
magnificencia divina creadora y expresando con singular belleza la respuesta agradecida
de sus mejores criaturas: el canto de los ángeles y el emocionado recitativo de
Adán y Eva por su amor, en el contexto de una maravillosa creación. «No fui yo
quien creó esto, sino una fuerza superior», parece que dijo el compositor ante
el éxito alcanzado por su obra en las salas de conciertos.
La idea cristiana de Creación
explica que Dios está cerca de cuanto ha creado y lo mantiene en la existencia
con sabias leyes; por ello el hombre puede descubrir la mano del Dios personal y
el sentido último de su propia vida. La Revelación viene a confirmar la razón
para entender esta verdad, y a elevarla por encima de su capacidad hasta
penetrar parcialmente en verdades que superan su alcance natural.
La Biblia el genoma
«Vio
Dios que era muy bueno cuanto había hecho» (Gn 1,31). Todas las
cosas son buenas porque han sido creadas por Dios: la realidad más
insignificante para nosotros es fruto de la bondad y de la omnipotencia de Dios.
Las criaturas manifiestan esa bondad divina como una gama multicolor, que se
muestra ya en las realidades del mundo inorgánico, como la estructura de un
diamante; en la perfecta estructura del ADN de los cromosomas; o en el
misterioso mundo del cerebro humano. Lo afirma
Francis Collins, médico genetista y director del Instituto Nacional del
Genoma Humano en Estados Unidos, premio Príncipe de Asturias en 2001: «El Dios
de la Biblia es también el Dios del genoma. Se le puede adorar en la catedral o
en el laboratorio, porque su creación es majestuosa, sobrecogedora, complejísima
y bella, y no puede estar en guerra consigo misma»[2].
El Compendio del Catecismo enseña
que la existencia del mal en casos particulares remite a una visión más amplia
que invita a preguntarse por Dios sabio, bueno y paciente: «Al interrogante,
tan doloroso como misterioso, sobre la existencia del mal solamente se puede
dar respuesta desde el conjunto de la
fe cristiana. Dios no es, en modo alguno, ni directa ni indirectamente, la
causa del mal. Él ilumina el misterio del mal en su Hijo Jesucristo, que ha
muerto y ha resucitado para vencer el gran mal moral, que es el pecado de los
hombres y que es la raíz de los restantes males» (n. 57).
Jesús Ortiz López
[1] Cfr. JESUS ORTIZ LOPEZ.
Creo pero no practico. Einsa, 2011.
[2] Cfr. J.R.AYLLÓN. 10 ateos cambian de autobús. o.c., p. 34.
http://www.analisisdigital.org/2013/02/22/y-dios-creo-a-darwin/
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